LA CASA IBICENCA
DE BLACKSTAD A LUBICZ
Blakstad, arquitecto y residente en Ibiza desde 1956, y Lubicz, físico estudioso de la geometría de la Antigüedad, fueron coetáneos pero nunca llegaron a saber uno del otro.
Sin embargo, ambos confluyen, cada uno desde su ámbito, para darnos claves que sirven para entender la herencia milenaria de las casas ibicencas y el carácter que yace oculto en los elementos que las componen y en su distintiva estructura.
Photography by @dosmares_ibiza
Text by Daniel Foraster
El tiempo es quien a menudo nos muestra el sentido de lo que sucede, tanto a nosotros como al mundo que nos rodea. Aunque a veces lo hace para señalarnos precisamente aquello que se le escapa, que aún no ha logrado apresar.
Hace ya años que nos fuimos de Barcelona a Formentera y no hace tantos que llegamos a Ibiza. Podríamos enumerar una larga lista de motivos por los que nos trasladamos de un lugar a otro, pero hay uno que tarde o temprano siempre se nos muestra de entre la maraña de la cotidianidad: la búsqueda de lo sensitivo, lo salvaje, de la armonía entre el hombre y la naturaleza, de la esencia, en definitiva, de aquello que aún permanece esquivo al tiempo.
Y aquí, en Ibiza, no podía ser de otro modo. En esta isla que en apariencia es icónica de la imagen y la diversión inmediata, de la noche que no sabe esperar, nos encontramos un día, casi por casualidad, en el camino de entrada de una casa que fuimos a visitar, la mirada serena de un olivo centenario. Y luego, en el interior de la casa, con el suelo original hecho de losas irregulares, y con las vigas de madera de sabina cortadas a mano, o con un viejo horno de leña horadado en los amplios muros de piedra de la cocina.
La casa había sido reformada, después de ser abandonada durante décadas, por los descendientes de la antigua familia propietaria de la finca. Pero quisieron conservar detalles pertenecientes a un pasado que hablaba de varias generaciones atrás, sucediéndose unas a otras bajo esas vigas, sobre ese suelo.
La emoción que sentimos aquella mañana despertó en nosotros la necesidad de saber más. Días después, en una de las pocas librerías que siguen abiertas en la isla, descubrimos una pequeña joya, según nos confesó la librera, acerca de la arquitectura ibicenca, el ensayo de Rolph Blakstad “La casa eivissenca. Claus d´una tradició mil.lenària”
Es un libro absolutamente sorprendente, en el que se prueba que la tradicional casa ibicenca hunde sus raíces en el Oriente Próximo de hace más de 3000 años. Blakstad, incansable viajero y residente en la isla desde el año 1956, realiza un minucioso estudio de la estructura y elementos arquitectónicos de lo que denomina “zona árida” del planeta, y descubre rasgos comunes, exportados por los fenicios, desde el Yemen al Atlas bereber, y desde Mesopotamia y el antiguo Egipto, a lo largo de toda la cuenca mediterránea, hasta Ibiza.
Son infinidad los ejemplos que Blakstad nos ofrece, muros, columnas, los capiteles de dichas columnas, el diseño de las plantas de las casas, los elementos decorativos que había en ellas o incluso las primitivas técnicas de medición como la codada.
Pero fueron dos las semejanzas que nos hicieron tirar del hilo de nuestra pasión por Egipto y que quizás aporte una nueva clave acerca de las construcciones ibicencas.
La primera de ellas la podemos encontrar en las fachadas de las casas como la de la Casa Frare Verd de Sant Agustí que, tal y como nos muestra Blakstad en sus ilustraciones, son prácticamente idénticas a la que podemos contemplar en el Templo de Luxor, .
La segunda, hace referencia a los portals de feixa, de los que Blakstad nos dice directamente que “son los mismos del antiguo Egipto”. Son portales utilizados para salvar las fosas en las zonas pantanosas cercanas al puerto de Ibiza y Talamanca, que reproducen con exactitud no sólo la forma sino también las medidas que configuraban las del antiguo Egipto.
Schwaller de Lubicz realizó exhaustivas mediciones del templo de Luxor, cuyas más sorprendentes observaciones son, precisamente, sobre las puertas que dan entrada a estos templos. Esas puertas que, tal y como nos muestra Blakstad, parecían llegadas de ese mismo lugar.
Si tomamos como unidad el ancho de la apertura de las puertas, la altura de las mismas es igual a Pi, el número irracional por excelencia, cuyas cifras no conocen límite y nos invitan al infinito. Además, nos revela Lubicz, el símbolo jeroglífico que representa “puerta” se lee sba que también significa “estrella” o “enseñanza”, las puertas a la enseñanza de las estrellas.
Resulta absolutamente fascinante que ese viejo campesino payés, curtido por el sol, calzado en sus espardenyes, vestido de manera sencilla con sus camisas y pantalones hechos a mano de algodón gris, fuera capaz de plasmar con sus manos, de una manera casi instintiva, un conocimiento del que desconocía su origen y simbología pero que había heredado de tiempos del antiguo Egipto, reproducido con exactitud generación tras generación hasta llegar casi a nuestros días.
Era, sin duda, un sistema perfecto, eficiente, en el que cada elemento tenía una función específica, una razón de ser, una personalidad dentro de la casa y donde entre ellos existía una armónica simbiosis que conformaba un Todo adaptado a las condiciones climáticas de la isla y a la esencia del hombre.
O, en palabras del propio Blakstad “la arquitectura de Ibiza era sólo una parte de una orgánica, viva, relación entre el hombre y la naturaleza”.
Es posible que haya sido la casualidad, esa suerte guiada a menudo por la intuición, la que nos ha brindado la oportunidad de descubrir en Ibiza el antiguo Egipto. Aunque es aún más probable que sólo fuera cuestión de tiempo, ese tiempo que transcurre en esta isla de manera tan dispar, y que a veces se detiene para mostrarnos, frente a frente, la verdadera magia de Ibiza.